Escribe Rhea Volij

Bailarina. Docente. Directora.
Darle voz y polifonía a la poesía no es usual en tiempos donde el teatro se afirma en un nuevo costumbrismo (urbano o rural), tanto en el lenguaje como en la puesta en escena. La aparición de la poesía cruda y a la vez como soporte dramático dan a "Yo soy Fijman" un resplandor singular y muy perturbador. El contrapunto que estructura la obra entre lo autobiográfico, la aparición del poema, y el relato en torno a la vida de Fijman, cobija completamente al espectador, que se siente testigo estético y ético del compromiso con la vida de este poesta olvidado.

La potencia poética y filosófica de aquél-¡un Spinoza argentino!- es revelada en múltiples planos formales-expresivos (la música, el movimiento de los cuerpos y de los objetos) de un modo sutil y pleno de sentidos.

Formalmente la puesta en escena, un cabaret austero de luz blanca, nos acerca a los actores que constantemente se distancian en sentido brechtiano, produciendo un doble acompañamiento sensible entre actores y público, frente a esa exposición descarnada y tan próxima de la vida y obra del poeta loco de lucidez, de felicidad mística que fue Jacobo Fijman, para sorpresa de casi todos nosotros.

Quizás la irrupción de la anécdota que justifica la puesta empaña la magia que otorga la poesía al drama.


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