Nota sobre “Yo soy Fijman” Por Daniel Sans.

No se habla del amigo ausente, se habla con él. Esto que alguna vez mencionó Fernando Ulloa busca cumplirse cada noche en la que “Yo soy Fijman” se da en el teatro El Crisol; y agrego, no se habla de la poesía, se habla con ella.

Los actores Carina Resnisky, Martín Ortiz y Alan Robinson; el músico Federico

Mercado y el poeta Vicente Zito Lema, andan entre las mesas, convidan con una copa de vino y emprenden la ceremonia de resurrección de la poesía y del poeta Jacobo Fijman; fui partícipe de la ceremonia, algo me dice que continuará sucediendo, pero vaya a saber si siempre sucederá, nada lo garantiza, el desafío es grande y no depende exclusivamente del arte de los actores, del músico o del poeta con sus espontáneas apariciones, tampoco de la dirección de Marcela Fraiman, si sucede, será porque los espectadores dejaron de serlo y se transformaron, en ocasión de la obra, en receptores activos, uniéndose en y a la ceremonia, eso es preciso, intentaré explicarlo:

Durante la ceremonia en una de las paredes se escribe “Si no está muerto búsquenlo en el loquero” la frase se refiere a Fijman a quien Vicente encontró en el Hospital Borda y al que vuelve a buscar cada noche; y la frase, como un eco, viene a responder una pregunta que me atraviesa al salir de la sala ¿Dónde está la poesía? O recordando la pregunta de Heidegger ¿para qué la poesía en un mundo de penurias? Si los dioses han huido, decía el filosofo alemán, si Heracles, Dionisios y Cristo ya no están y nada remedia el desamparo, si no es posible, ni deseable que el arte ocupe el lugar que la religión ha dejado, pero se precisa la poesía porque sin ella triunfa la renegación de la vida y de la muerte, la resignación al dominio del capital y a la crueldad, la perdida definitiva del sentido.

Entonces ¿para qué la poesía y donde encontrarla? Y donde no encontrarla; asistí a una ceremonia de resurrección, no a una representación, y esto es claro en la Antropología Poética Teatral de Zito Lema, no es una re-presentación, ya que la poesía sólo se hará presente si puede compartirse, que es lo mismo que decir que la re-presentación es enemiga de la poesía en su forma de ceremonia, la poesía no tolera espectadores, requiere que ponga el cuerpo, la encuentro con la condición de transformarme en receptor activo. A la obra y al poeta lo reviven para compartirlo y los que me invitan a celebrar me acercan los elementos que las sostienen, entonces, habrá celebración y la poesía volverá a dotar de sentido allí donde el exceso de realidad ha herido. Se trata, parafraseo a Enrique Pichón Riviere, de un intento audaz de transmutación de lo siniestro: salir del gran loquero en el que estamos encerrados; en lo maravilloso, resurrección de la poesía. Por eso es preciso salir a buscar la poesía que, como la locura, no halla lugar en éste mundo, y contagiado de poesía, sabré de las heridas que el mundo abandonado me infringe: la incomprensión del dolor y de la muerte, la profunda dificultad de aprender el amor.

(Daniel Sans es psicoanalista, escritor y docente en la Universidad Nacional del Comahue)

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